LA DECISIÓN DE ARTURO
La
pistola estaba en el primer cajón de la
cómoda. ¿Tendría tiempo para sacarla de allí? Dudó. Estaba muy lejos de la
cómoda, del otro lado de la cama, y ellos ya iban a terminar de forzar
el cerrojo de la puerta. No había tiempo para correr hasta el
mueble. Las palpitaciones de su corazón
se aceleraron. Carajo. Venían a matarlo.
¿Tal vez si se deslizaba agachado por detrás de los muebles? Pensó. No, tampoco
había tiempo. Las sombras de los dos individuos que manipulaban la
cerradura se veía nítida a través de las cortinas de la ventana.
Contuvo la respiración. Trató de pensar en otra salida con rapidez. Era seguro que no sabían que él estaba allí,
de lo contrario hubieran tratado de ser más silenciosos para abrir la
cerradura. Probablemente pensaban esperarlo dentro de la habitación y atraparlo
cuando llegara. Se aterró. Entonces pensó en la posibilidad de saltar por la
ventana que daba al patio interior. Maldijo. No se podía. Había dos pisos de
altura y, abajo, esperaba un jardín alambrado. Toda la camisa se le había
humedecido en unos cuantos segundos. Sentía flojas las piernas. ¿Si gritaba
pidiendo auxilio? Tal vez el alboroto en el edificio y el ladrido de los perros
pudieran espantarlos. Claro que no, se percató,
antes del segundo grito ya estaría muerto de un balazo.
Cuando
finalmente los dos hombres entraron, la habitación lucía silenciosa y
deshabitada, apenas iluminada por la luz de la calle que se filtraba por entre
las cortinas. Los hombres, después de haber cruzado el umbral, se quedaron inmóviles por unos momentos. Luego
cerraron la puerta y caminaron parsimoniosamente por la pieza como si
estuvieran familiarizándose con ella. Desde debajo de la cama, Arturo veía
parte de esas siluetas desplazarse por el cuarto: dos pares de piernas que
terminaban en botas de campaña, disimuladas dentro de la boca de unos pantalones
oscuros. El sonido de sus pasos era seco. Supo que estaban hurgando en su
closet porque sus trajes iban cayendo por el piso.
¿Buscaban algo o solo indagaban para conocer un poco las costumbres de su
futura víctima? Si buscaban algo y no lo encontraban, pensó, significaba que no
iban a matarlo de inmediato cuando la atraparan, sino luego de sacarle
información. Pero si yo no sé nada, maldijo. Escuchó que los vecinos del piso
inferior discutían por algo de la comida y que uno de ellos vociferaba que era
mejor morirse que vivir esa tragedia. ¿Por qué no subes acá, viejo pendejo?
Uno de los
asesinos se sentó en la cama y él se aterró más. Los resortes de la cama
rechinaron y por un momento creyó que todo el armatoste iba a ceder. Contuvo la respiración y después de unos
segundos buscó soltar, con la mayor suavidad, el aire contenido en sus
pulmones. Los pantalones oscuros y las botas desmesuradas de su perseguidor
estaban tan cerca. El otro, que probablemente miraba por la ventana interior,
tenía las botas más gastadas.
- ¿A qué hora crees que vendrá? – dijo el que estaba junto a la
ventana. Tenía la voz gruesa y un leve dejó selvático.
- No más de las once – contestó desde la cama el hombre que tenía la
voz casi como la de un niño.
Arturo trató de imaginar
la cara de esa voz infantil que contrastaba tanto con su sórdido oficio, pero
estaba muy asustado para organizar sus imágenes.
- ¿Cómo sabes eso?
- Ese el dato que nos dio la persona que nos encargó el asunto.
- ¿Qué mierda habrá hecho, no? – dijo el hombre del dejo selvático
luego de un rato.
- Eso no importa – contestó
el otro. Después de un rato, quizás luego de darle una chupada al cigarrillo -
.Pero una cosa, Charapa, cada quien tiene lo que se merece, según en lo que se
mete.
- O sea que sí sabes.
- De todas maneras, no nos debe interesar
- Cierto, si nos pagan, no se pregunta.
Sintió ganas de
gritarles que él tampoco sabía por qué
lo iban a matar, que a lo mejor había una confusión, que las cosas no tenían
que ser de esa manera, que podían arreglarlo, que todo tenía un arreglo, que
por favor, en verdad, él no quería morir de esa manera. ¿De qué manera,
entonces? Cojudo. Se desesperó. Se mordió los puños para no gritar.
- ¿A cuántos has matado hasta ahora? – dijo el hombre que miraba por
la ventana.
- Por dinero a cinco.
- Y...
- Y por otros asuntos, a dos – contestó el hombre de la voz
infantil. Luego hubo un largo silencio.
La sirena intensa
de un carro de bomberos alborotó repentinamente la calle. Los perros ladraron
furibundos y las voces que venían de fuera parecían tan cercanas. Arturo sintió
que los latidos aterrados de su corazón lo iban delatar. ¡Ayúdenme! No
obstante, poco después, los gemidos de
la sirena se fueron alejando y, luego,
solo quedaron los bocinazos esporádicos
de siempre. No le fue muy difícil al Círculo decidir su suerte, calculó Arturo:
hijos de puta. Imaginó la cara impasible de Amílcar dirigiendo la reunión. Claro, un cadáver, y se arreglaba la
situación: él iba a ser el culpable de todo y allí se acababa el problema.
Maldito Amílcar.
- Para mí es la primera que vez que mato por dinero.
- Sabrás que es más jodido.
- ¿Y eso por qué?
- Porque es solo por dinero.
- Ah, o sea que, como no hay motivo, se tiene que ser realmente una
mierda.
- Algo así – se quedó callado por un momento el hombre con la voz de
niño.
- Parece que tuvieras conciencia, Compadre.
- Todos la tenemos, Charapa.
- Me refiero a que por eso te sientes como más hijo de puta.
Repentinamente el
hombre con la voz de niño cambió de posición y otra vez rechinaron los
resortes. Desde su ubicación, Arturo, sentía que la cama era
más frágil. Trató de serenarse para
volver a analizar su situación. Tenía que haber una salida, siempre
había una salida. Estaba atrapado debajo de la cama de su propio cuarto y dos
tipos lo aguardaban para matarlo porque, al parecer, él ahora era más útil si aparecía muerto.
Seguro que lo habían decidido hacía solo unas horas. Siempre se había dicho que
existía un plan de seguridad en caso de que peligrara el Círculo. Miserables.
Vamos Arturo,
piensa. De pronto se entusiasmó. Se dio cuenta de que ellos lo estaban
esperando y de que él no iba a aparecer por esa puerta. Claro, ellos se tenían
que cansar más tarde o más temprano de esperarlo. Además, ya no iban a buscarlo
por las habitaciones ni debajo de la
cama. Tenía una oportunidad. Solo tenía que estarse quieto.
- Tiene que haber sido algo muy
malo lo que hizo - dijo el hombre del acento selvático –.Nadie paga por
la muerte de otro así por las huevas.
- Puede que sí. Si eso te hace sentir tranquilo, está bien, créelo.
- Sí, eso me hace sentir bien
– respondió el hombre desde la ventana
- En todo caso, acuérdate de
que no hay que demorar mucho en
estas vainas – recomendó el de la voz de niño. Poco después, se oyó el
crepitar de un fósforo – Solo lo
necesario – Luego, el olor del humo dulzón de un cigarrillo volvió a
llenar la habitación.
- Tranquilo, profesor, - lo interrumpió el Charapa - su compadre también sabe darle vuelta a un
punto sin tanta alharaca.
- Entonces no he dicho nada.
- Lo siento, Compadre – dijo después de un rato Charapa. Con un leve
tono de disculpa - pensé que dudaba de
mi currículo. Acepto sugerencias.
- Solo digo que la cosa debe ser rápida – respondió el de la voz de
niño, ahora con un tono de resentimiento.
Arturo sabía que
esto le podía suceder desde que entró al Círculo. Pero, claro, como a él no le
tocaba más que hacer el reglaje del
objetivo; es decir, anotar su rutina,
los amigos que frecuentaba, sus horas de
salida y de llegada, pensó que estaba a salvo. Algunas fotografías, algunos
pequeños planos y todo dentro de un fólder para después entregárselo a Amílcar.
Listo. No debía enterarse de mucho, no debía acercarse mucho a ellos para no
despertar sospechas. Era la jugada perfecta para tener dinero. Un grupo
organizado de tal manera que podía romperse por algún lado, y la cosa
continuaba sin joderlo todo. ¿Me
entiendes bien, Arturo? Ahora todo ese dinero sería por las puras porque ni
siquiera le había dicho a Elena dónde estaba la plata. Aunque, en verdad, no
había pensado decírselo en ningún momento a ella, porque nada era seguro con
las mujeres; pero, claro, ahora estaba lo del bebé. Dios. Sí quería conocerlo.
Sintió otra vez que la rabia lo invadía. No tenían derecho los del Círculo a
sacrificarlo a él sencillamente porque era el lado más débil. Elena, si supieras todo esto.
- Falta que el punto se haya ido por unas cervezas.
- Tiene que llegar de todas maneras – dijo el hombre de la voz de
niño -.Tenemos que enfriarlo esta noche -. Otra vez un largo silencio. El olor
del cigarrillo a ratos era más intenso.
- Si fuera un político, lo haría con más ganas, sabes. A ellos sí
que les tengo hambre.
- ¿Los políticos? ¿Y qué te han hecho a ti los políticos?
- Ellos son los culpables de todo – dijo el hombre del acento
selvático – por ellos las cosas andan tan mal en este país. Tal vez por eso tú
y yo estamos haciendo lo que hacemos.
- Esas son huevadas, Charapa.
- Me vas a decir entonces que a ti te gusta chambear en esto.
- A nadie que esté cuerdo el gusta ir matando gente porque sí. Pero
las cosas se van dando y entonces uno es lo que es.
- Las cosas son así porque hay gente que se ha encargado de joderlo
todo.
- Cambiemos de tema, Charapa. Me cansas cuando llegas a tus rollos.
Sintió que la
pantorrilla izquierda se le iba a acalambrar. Carajo. Buscó relajar las
piernas, pero sin moverse. Los asesinos se habían mantenido en sus lugares sin
mayor impaciencia, como acostumbrados a
esperar. Claro que estaban habituados a esperar, pensó. De día, seguro que eran policías que pasaban horas haciendo vigilancia y por las noches,
alguna que otra al menos, se ganaban la vida
así: asesinando por dinero. Maldita la hora en que se había metido en
todo esto. Pensó en las armas que sus asesinos debían guardar en la pretina o
en alguna bolsa como lo hacía el Segundo de Amílcar cuando salía en misión. De
pronto se imaginó, a sí mismo, peleando
inútilmente contra sus asesinos hasta que, repentinamente, un dolor ardiente le destruía las entrañas y lo ahogaba en su propia sangre. Dios, exclamó
en silencio, debía tener paciencia. Respiró lentamente: en algún momento se
iban a cansar. Pensó en Elena. Tal vez
no volvería a verla. Elena embarazada. Un hijo cuando menos se lo esperaba. En
verdad, las cosas se le habían complicado rápidamente en las últimas semanas,
porque no solo era el asunto del embarazo, sino que a ella se le había dado por
decir que podía abandonar a su marido
para quedarse con él. Esas cosas que tenía Elena, creer que podía haber algo
más entre ellos. Y claro que eso parecía
justo; pero él no lo había pensado. En verdad ni siquiera había pensado en tener una familia. Sin embargo, ahora que existía la posibilidad
de quedar fuera del juego, la sensación de no dejar nada en esta tierra que
diera cuenta de su existencia, lo aterraba. Ojalá naciera ese bebé, y que con
el tiempo se enterara de que Arturo Saravia
sí había existido. Pero qué huevadas, se recriminó, él no iba
morir, no al menos esa noche, no iba
aceptarlo.
- Con una media docena de trabajos bien pagados, yo luego me salgo
de esto, Compadre.
- Claro, presentas tu carta de renuncia y luego pides indemnización.
- Quiero decir que ya tendría el billete para largarme a los Estados
Unidos.
Ahora la voz del
Charapa se volvió incomoda, resentida. Una colilla de cigarrillo cayó muy cerca
de sus botas. La brasita demoró un poco en extinguirse.
- Y me vas a decir que allá ya no harías estos trabajitos – dijo el
hombre desde la cama con voz de
aburrimiento – .Me vas a contar que te volverías un patita retirado y… hasta
decente.
- Vete a la mierda, técnico
Perales. Yo no voy a ser toda la vida un policía que vive de la pendejada.
- Bájame el volumen, Charapa, - replicó inmediatamente Perales. A
pesar de esa voz infantil, el tono dejó un relente violento suspendido en el
aire –. Tienes que saber que yo no le
aguanto pulgas a nadie.
El rumor del agua
corriendo por las tuberías como un gemido que venía del baño, los distrajo por
unos instantes. Alguien se estaba duchando en el piso de arriba y cantaba una
especie de bolero desentonado. Se quedaron callados un buen rato. ¿Cuántas
horas ya habrían pasado? No muchas,
porque la rutina de la gente del edificio aún se percibía nítidamente.
¿Y si les hablara? ¿Si les ofreciera dinero? Todo el que había guardado a
cambio de seguir viviendo aunque sea sin un centavo. ¿Entenderían? Claro que
no. Igual lo iban a joder. Quizá le
dirían que sí solo hasta tener el billete y luego un balazo en la cabeza y se
acabó, misión cumplida, somos profesionales. ¿Era así como pensaban? Por
supuesto. Al menos, cosas como esas había aprendido con la gente del Círculo.
Que se consideraban unos profesionales los hijos de puta; que tenían
conciencia que lo que hacían les daba prestigio y que, por lo
contrario, las cosas mal hechas los hundía en el descrédito general.
Pero, ¿por qué lo
habían condenado? ¿Qué había pasado en esos dos días que se alejó para estar
con Elena? Maldita sea con ella. Por qué no haberse buscado una hembrita sin
rollo, sin problemas, sin marido. Y encima, ahora embarazada.
- Entonces es verdad lo que dicen de ti – dijo el Charapa mientras se alejaba de la
ventana y caminaba hacia la cómoda.
- Es verdad qué, Charapa –
preguntó el técnico Perales. Asentó con firmeza ambas botas sobre el
piso, como si se hubiera puesto en alerta. Sólo entonces, Arturo pudo ver el
bulto que se formaba en el botapié
izquierdo. Allí estaba el arma.
- Cosas que dicen, compadre, nada más.
- Dicen qué, Charapa, ya empezaste… Habla.
- Que el Brigadier Perales
era tan asado que se plomeó a su
propia mujer.
El rumor del agua
de pronto se interrumpió. La voz del hombre que se duchaba se fue desvaneciendo
paulatinamente. Luego el silencio. Vamos, Arturo, tranquilo - se dio valor -
vas a salir de esta.
- Te voy a decir esto Charapa, por única vez – Perales silabeó
cuidadosamente cada palabra, como buscando contener a duras penas su rabia - Si quieres que terminemos este trabajo, te
vas a apagar inmediatamente. ¿Me entiendes?
- Entiendo, pero tú no me asustas, Perales.
- Luego cada uno por su lado y se acabó nuestro negocio. Y si te vuelves
a meter conmigo, entonces te voy a tocar otra melodía.
- Como quieras, Perales, y cuando quieras; pero la verdad no era
para tanto.
- Para mí, sí, Charapa; para mí, sí
- Compadre, nadie del Cuerpo te ha maleteado por eso. Puta madre, yo
hubiera hecho lo mismo; es más, yo me
hubiera enfriado a los dos.
- No quiero hablar de eso, ¿entiendes?
Para Elena todo
parecía tan fácil. Dejar simplemente al marido y largarse con él. Cojuda. No entendía que su marido había sido
capitán, y aun cuando ya estaba retirado,
podía tener sus contactos y no parar hasta encontrarlos. Pero Elena era una
arrebatada y decía que no, que para el capitán Zavala ella ya no era
importante, que él estaba cansado también de ella, que hasta tenía una amante
casi oficial, que a fin de cuentas sería cosa de sólo unos días y luego,
incluso, hasta podrían regresar. Sólo que Elena no entendía que quien no quería
irse con ella era él: Arturo Sarabia, ahora escondido debajo de su propia cama
con el pánico por una mala muerte.
El técnico Perales
se había puesto de pie y caminaba distraídamente. Luego se detuvo cerca de la cómoda. Arturo se asustó. Si
abría el cajón izquierdo superior y se fijaba con cierto detenimiento se daría
cuenta que bastaba con tan solo levantar una falsa tapa para hallar el arma.
Sintió que otra vez se le congestionaban los latidos. La cosa más irónica iba a
ser que lo mataran con la pistola que le había dado el propio Amílcar, para
casos extremos. Amílcar, éste es un caso extremo, pero tu maldito fierro no me va ayudar.
Contuvo un suspiró
cuando Perales se alejó de la cómoda.
Tranquilo, pensó Arturo, no iban a usar el arma porque no lo iban a encontrar.
Saldría de ésta. Las botas del Charapa seguían en su misma posición junto a la ventana.
Claro, desde allí se podía ver parte de la Vía Expresa que, de noche, parecía
una vorágine de luces corriendo en ambos sentidos. Hacia la izquierda estaba el
puente peatonal y a solo cuatro cuadras más allá, en un edificio de pequeños
departamentos, estaba Elena, seguramente en su cama y acariciando
disimuladamente su vientre embarazado.
- ¿Y si alguien le pasó el dato al pescadito? – preguntó el hombre
que estaba junto a la ventana.
- Eso está muy verde,
Charapa.
- Pero podría suceder, porque ya va para rato y el hombre no se nos
aparece.
- Hay que esperar – dijo Perales. Su voz había recuperado el zumbido
atiplado de niño –; ya va a llegar.
Súbitamente ambos
se pusieron en alerta. Alguien había abierto la reja que protegía todo el
cuarto piso. Él también pudo oír el chirrido de los metales y el tintinear de
unas llaves. Perales corrió hacía un costado de la puerta para replegarse
contra la pared, mientras el Charapa, en tanto,
se escondía detrás de la puerta del baño. Los pasos que parecían
reventar en ecos acompasados se fueron haciendo más nítidos mientras se acercaban hacia la puerta. Arturo
escuchó el ruido metálico de una pistola a la que se le quitaba el seguro y
sintió pánico: Pero qué cojudo, si no soy yo.
Parecía que los
pasos se iban a detener en la puerta. Bien podía ser Elena que, aprovechando
una salida de su marido, venía buscarlo. El cuerpo se le puso rígido. Parecían los mismos pasos apresurados y
cortos de ella. ¡No podía ser! Elena, ¿a qué venías a esa hora? Sin embargo,
los pasos siguieron de largo y solo se detuvieron al final del corredor. Luego
se oyó el ruido de una puerta que se cerraba fuertemente. Arturo sintió que
algo en su cabeza zumbaba frenéticamente.
- Falsa alarma, Compadre –
dijo el Charapa. Luego se desplazó hasta el centro de la habitación -. Este
pendejo se ha ido de juerga.
- No, Charapa, - contestó Perales. Se quedó en silencio por un rato.
Luego se volvió a sentar sobre la cama - .A ése le gustan otras cosas más que
el trago - La voz de niño de Perales
pareció volverse agria.
- Entonces usted sabe algo más, mi Técnico.
La pierna
izquierda de su asesino estaba tan cerca de él que podía ver plenamente el
bulto que formaba la pistola. Seguro que estaba enfundada en una tobillera.
Una pistola de cañón corto, pero igual
de mortal si sabían usarla. ¿Y si lo intentaba? Si lo jalaba sorpresivamente
desde abajo y alcanzaba a arrebatarle el arma y salía desde debajo de la cama
disparando. ¡Imbécil! ¿Como en las películas? Se sintió estúpido. Tranquilo
Arturo, es solo cosa de seguir esperando. El Charapa regresó a su lugar en la ventana
y encendió otro cigarrillo. ¿Y si hubiera sido Elena la que había caminado por
el corredor? ¿En verdad, se había asustado por ella? ¿La quería entonces? ¿Ya
la consideraba su mujer y madre de su
hijo? Arturo sintió un
estremecimiento inusual.
También era cierto
que todo había avanzado más rápido con la novedad del embarazo. Ella había cambiado radicalmente desde la
confirmación de su estado. Ahora parecía pensarlo todo en función de ese bebé.
Le había dicho que su más grande temor había sido no llegar a tener un hijo.
Arturo recordó que las dos peores peleas
que habían tenido recientemente eran por la indecisión de Arturo. Tienes que
quererlo, le había reclamado ella, tienes que asegurarle un futuro; pero él,
aun cuando lo iba entendiendo, se mantuvo en su actitud intransigente. Maldita
sea Elena, por esas cojudeces suyas no había llegado a enterarse de que el
Círculo había declarado su sentencia: Elena, por tu culpa.
- La bala había sido para él – dijo repentinamente Perales. Se quedó
un rato en silencio -. El maricón se
corrió por la ventana y de rebote le cayó a ella.
- ¿Usted no quería echársela a ella? – preguntó el Charapa con
cautela.
- Tal vez sí – contestó Perales. Aspiró profundamente el humo del
cigarrillo y luego lo soltó con fuerza -; pero la primera bala no había sido
para ella.
- Usted hizo lo que tenía que hacer… Si me permite el comentario.
- Seguro que sí lo hice – afirmó
Perales – .Sin embargo aún me queda la rabia por no haberme plomeado al
mariconcito que se corrió por la ventana.
- Por allí que lo encuentra cualquier día de estos.
- Puede que sí, Charapa, puede que sí. Un día de estos, me lo encuentro.
Tal vez Elena
tenía razón. Quizás él era tan malo como ella lo había descrito antes de
marcharse luego de su última discusión.
Nunca se había detenido a reflexionar en el ritmo frenético que le estaba dando
a su vida: jamás conmoverse, nunca creerle a nadie, siempre aprovecharse de la
circunstancias. Hasta antes de Elena, e incluso con ella a su lado, en ningún
momento se había dado tiempo para pensar en que ya había sobrepasado los
treinta años hacía rato. Era como si tuviera miedo a detenerse y encontrarse
con él mismo. Luego, la noticia de un
hijo lo había hundido en una confusión de la que no sabía cómo salir. De pronto
su miedo a la muerte se mezclaba con el temor de no ver crecer a esa extensión
de su vida: Maldita sea, Elena, estoy pensando en idioteces cuando no debería.
Le dolían los
huesos, los músculos, las articulaciones. Sentía que había estado en esa
posición por un tiempo infinito. Había tenido todas las horas para pensar en demasiadas cosas y todas envueltas
en la atmósfera estremecedora de la muerte. Por momentos, había sentido ganas
de salir de debajo de la cama y entregarse a sus asesinos para terminar con
todo de una vez. ¿Cuántas horas ya habían pasado? Supo que se acababa la noche
cuando un halo de luz celeste se fue filtrando por la hendidura de la puerta.
¿Hasta cuándo? Si hubiera tenido que moverse de improviso, seguro que no
hubiera podido lograrlo. Era como si ya hubiese perdido el control de su cuerpo
inerte.
De pronto, los dos
hombres se incorporaron sin que ninguno
de los dos dijera algo. El Charapa se fue hasta el baño. Arturo supo que se
estaba lavando la cara por el ruido del agua que corría por el lavabo y por los
murmullos que hacía el Charapa cuando mojaba su cara. Luego lo hizo el técnico Perales que primero
orinó largamente mientras murmuraba maldiciones por la mala noche. Desde fuera,
se presentía que llegaba el amanecer en
el murmullo de algunos pájaros y los ladridos de algunos perros que amenazaban
a los primeros transeúntes. El técnico Perales abrió la puerta cuidadosamente.
- Cada uno por una calle diferente, Charapa.
- Entendido, Compadre.
- Luego, si quiere, nos encontramos en el mercado para un desayuno.
- Si quiero.
- Mala suerte por hoy.
- Y buena suerte para el pescadito.
Aun cuando ya los
pasos de los dos hombres se habían difuminado del corredor desde hacía rato,
Arturo se quedó debajo de la cama por unos minutos más. Sentía que el miedo
había desgastado sus fuerzas hasta el
límite. Luego estiró los brazos y apoyándolos en el borde del catre sacó su
cuerpo lentamente. Sentado en la cama, frotó sus piernas y sus brazos por un
largo rato. Después abrió cautelosamente la puerta y vio que el corredor estaba
libre y que las vecinas aún no habían sacado los maceteros con los que
adornaban el pasadizo. Estaba vivo. Se miró en el espejo del baño: los ojos
enrojecidos, el rostro ajado, el semblante de un moribundo. Mojó su rostro, lo
enjabonó. A ratos la imagen de Elena regresaba nítidamente. Se cepillo los
dientes, se peinó. Incluso llegó a imaginar cómo sería el rostro de su hijo
cuando cumpliera un año.
Luego se dirigió
al closet y sacó la maleta grande en donde cabían las cosas básicas cuando
hacía los viajes largos. Era probable que se pareciera a él porque eso solía
pasar con los hombres de su familia, imponían sus rasgos. Detrás del sanitario
extrajo una bolsa de cuero en donde tenía el dinero que había estado juntando.
Cerró tras de sí
la puerta y caminó sigilosamente por el corredor. Incluso era probable que ese
nuevo Arturo Sarabia tuviera un destino diferente y mejor. Un futuro en donde
no hubiera necesidad de escapar de todo, como él, para siempre.
3 comentarios:
hey saludos desde Huancayo, me gustó mucho el relato,realmente bueno, aunque hubiera preferido que muera alguien,jeje, sigue adelante.
Soy estudiante de literatura, y empiezo a escribir también, si le interesa puede visitar mi blog, donde estoy publicando algo de loq ue voy escribiendo:
http://dimencial.blogspot.com/
fui alumna suya en el aula 103 del local de santa beatriz con la srta N*SH*E en verdad lo admiro mucho, soy maria victoria y le comente que me gustaba escribir me dijo que le mostrara algo de mis creaciones y nunca pude. ahora tengo material un tanto interesante y nose como contactarlo para pedirle su opinion
Saludos!
Me puede indicar por favor donde comprar Epistolario de Javier? Lo estoy buscando pero no encuentro... Me datearon que en la UNMSM pero si hay otro lugar se los agradeceria porque parece que no hay en stock.
Atte.
Jos
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